por Carla Actis Caporale
Este libro cuenta la historia más maravillosa. La de toda la vida. La tuya, la mía, la nuestra. También habla de Darwin. De cómo investigó con valentía y nos ayudó a entender mejor quiénes somos y de dónde venimos. ¿Sospecharía Darwin que sus ideas cambiarían el mundo y el modo en que pensamos nuestro lugar en la naturaleza?
Una carta de amor
La primera lectura de Una gran familia, además de conmoverme hasta las lágrimas, me hizo acordar a “Normas para un parque humano”, un texto del filósofo Peter Sloterdijk que trabaja sobre la idea de que los libros son cartas escritas a los amigos. Pero no habla solamente de esos amigos que invitamos a nuestro cumpleaños o vemos de vez en cuando; se refiere a amistades que se desarrollan a distancia en el espacio y en el tiempo. Dice Sloterdijk: “Claramente, el remitente de este género de cartas amistosas echa sus escritos al mundo sin conocer a los destinatarios, o en caso de conocerlos, comprende de todos modos que el envío epistolar pasa por encima de éstos y está en condiciones de provocar una cantidad indeterminada de amistades con lectores anónimos, a menudo no nacidos aún”.
Y si esta idea del intercambio epistolar me hizo pensar en Una gran familia es porque podríamos leerlo como una carta de amor con varios destinatarios. Uno de ellos, claro, es el propio Darwin. Santiago Ginnobili es investigador y se dedica a la Filosofía de la Ciencia, particularmente de la Biología. No es sorprendente, entonces, que, aunque sepa de antemano que la carta no puede llegar a ese lector, le dé lugar a ese deseo: “¿Sospecharía Darwin (…) que sus ideas cambiarían el mundo? ¿Que cambiarían el modo en que pensamos a los otros animales y nuestro lugar en la naturaleza? Sería lindo poder contárselo, pero no se puede. No podemos hablar con nuestros antepasados, solo leerlos e imaginar lo que sentían. Y tomar como ejemplo el modo en que pensaron, valerosa y originalmente”. En este gesto de, ante la imposiblidad de conversar con Darwin, plantearse qué hacer frente a la maravilla que genera su lectura, Ginnobili construye un segundo destinatario para su carta: los niños y las niñas. La conversación con ellos y ellas es una de las formas que cobra la admiración por el legado darwiniano.

¿Y por qué ese destinatario? Quizás porque este libro habla de la teoría de la evolución y su autor, pero también acerca de cómo piensa la ciencia, cómo se construye el conocimiento científico. En este sentido, Darwin y su teoría sobre el origen de las especies pueden ser vistos como un punto de partida para acercar a las y los lectores al modo en que la mirada curiosa que caracteriza a la infancia, la proliferación de preguntas que puebla el discurso de niñas y niños, pueden devenir en ideas que cambien el mundo.
En este punto, volvamos a Sloterdijk: “Desde que existe la filosofía como género literario, recluta ella a sus adeptos (…) escribiendo de modo contagioso sobre el amor y la amistad. No se trata sólo de un discurso sobre el amor a la sabiduría, sino también de conmover a otros y moverlos a este amor”. Acaso de eso se trate Una gran familia, esta carta de amor a Darwin, a la infancia, a la vida, a la ciencia.
Ciencia y juego

Las ilustraciones de Guido Ferro acompañan este texto de una manera extraordinaria. Hay en ellas una combinación de lenguaje científico y juego que resulta perfecta. Entre ellas podemos encontrar láminas y figuras numeradas como en los artículos científicos que se publican en las revistas más prestigiosas. La figura 1, por ejemplo, sistematiza la clasificación de los animales que se encuentran en un parque que se plantea en el texto. En otra ilustración, emplazada en una página en la que se plantea que “todos los humanos somos una gran familia”, la imagen aporta una problemática que no se halla en las palabras (o se halla apenas sugerida en el hecho de que muchas personas se escandalizaran por las ideas de Darwin): las diferencias de clase y la discriminación por el color de piel. Asimismo, la cuestión de género también está planteada en la recreación de “El pensador” como “La pensadora”.
Pero las ilustraciones de Ferro contribuyen también, por momentos, a dar un matiz humorístico y fantasioso al libro. Observemos como ejemplo la primera ilustración, en la que se desnaturaliza la mirada sobre nuestros cuerpos humanos y se imaginan hombres y mujeres con alas, tentáculos, pico, cuatro brazos, orejas largas… También vale la pena detenerse en la imagen que imagina un posible futuro de seres extraños y hermosos.
Y es que la ciencia, vista bajo la lente de Darwin y tal como se nos presenta en este libro, tiene su costado riguroso y también viene de la mano de la creatividad.
Autores: Santiago Ginnobili
Ilustraciones de Guido Ferro
Categorías: 6 a 12 años
ISBN: 9789874444523 | 32 páginas | 20×26 cm
Ediciones Iamique